Apenas tenía quince años cuando ella se cruzo conmigo por un pasillo. Lo recuerdo como si fuera ayer.
Una casualidad junto con un poco de suerte hicieron que ella empezara a formar parte de mi vida y que por motivos que aún desconozco se convirtiera en un pilar de mi existencia
Apenas al tiempo de descubrirnos una serie de imprevistos nos llevaron a admirarnos desde lejos pero sin alejarnos nunca del todo.
Tal y como corren as noticias de un naufragio, llegó a mi por boca de mi hermano que su salud estaba débil y que su luz empezaba a querer apagarse.
Fue pasando el tiempo y a medida que las horas transcurrían nuestras conversaciones eran cada vez más absurdas.
Su debilidad era sabida por todos menos por mí; no hay peor ciego que el que no quiere ver.
Efectivamente llegó el día en el que las conversaciones se acabaron. El cáncer la estaba devorando y fue entonces cuando reapareció mi miedo.
Ya no hallaba forma alguuna de acercarme a ella, no sabía como franquear la barrera que las circunstancias habían interpuesto entre ambas.
Una sola vez logré agarrar su mano, vislumbré la realidad y se me agotaron las palabras.
Llegó la muerte y con ella las lágrimas, la tristeza y la desolación. Acompañando a esta huida de su cuerpo, su alma se fizo fuerte dentro de mí.
No llegará el día en el que logre perdonarme el miedo que sentí y la poca valentía que demostré.
Si alguien me pregunta por que la quise tanto no sabría contestar. Tal vez vi en ella el reflejo de lo que yo quería ser en el futuro. No hay día desde entonces en que no la recuerde.
Tal vez sea duro pero sé que siempre me acompañará la profunda tristeza de no haber estado a su lado.
Debo dejarla ir, pero aún no estoy preparada. Solo alcanzo la calma cuando escucho una canción de Serrat que ella amaba... "Donde quiera que estés...