Extraño tanto el norte, como si un día hubiera sido mi casa. Siento que allí vive una parte de mí que se quedó escondida detrás de alguna montaña. Los paseos infinitos las vistas desde lejos, la lluvia fina y elegante pero sobretodo la calidez de su paisaje.
Me encantaba mirar por la ventana y observar el mar a mi derecha y la montaña al frente, oír su bravura por la noche y sentir ese olor que me embriaga cada vez que regresaba después de una larga temporada.
Subir a la Atalaya y bajar al puerto de Castro Urdiales paseando, contemplar los barquitos que descansan resguardados, comprame un helado y sentarme sin pensar en cualquier sitio.
Comprarme un chubasquero porque en Cangas de Onís siempre llueve, subir a Covadonga una vez más oslo para verla... Salir al balcón para perderme en el verde, sentir ese olor a húmedo que embriaha el ambiente en Asturias.
El Teleférico de Fuentede y la nieve que hay siempre arriba del todo, llegar a la cafetería y tomar un cola cao con un gofre de chocolate mientras admiro la grandeza de la naturaleza en estado puro.
La Astenagusia en Bilbao y la semana grande en Santander, que buenos recuerdos...
Santillana, Suances, Potes... Las cuevas del Soplao, Altamira o el Pindal.
El zoo de Santillana, Cabárceno en Santander o aquellos dinosaurios en el zoo de animales enfermos.
Lo echo de menos tanto com si un ía hubiera sido mi hogar. La sonrisa se me dibujaba en la cara desde que ponía un pie en el tren que parecía me llevaba a nunca jamás. Me sentía una princesa regresando a esa parte de mi reino donde tanto me gustaba estar.
Si miro atrás y busco en mis recuerdos, todos ellos tienen un marco inigualable. Podría pasarme horar hablando de sitios y lugares que he visitado. Podría estar horas hablando de las rabas de las 14:00, de los batidos en el Guru Guru, de los bocadillos de bacon con queso en el polo rojo mirando al mar.
No olvidaré aquellos dos días en los que pasé de coches, humo y ruido a mar, montaña y paz. Solo 24 horas pero que sirvieron para devolverme el aliento e imprimir en mi la fuerza suficiente como para enfrentarme a otro día de ruido y humo.
Allí donde el ambiente huele a sal y el cielo es verde, los atardeceres muy rojos y la lluvia elegante Donde siento que está rezagada la mitad de mí y no quiere regresar. En aquel reino donde perdí a una Marta que nunca más volveré a recuperar.
Espero volver algún día, siempre que la tristeza no me lo impida.